miércoles, 22 de agosto de 2012

La Rosarina

Estaba encerrada en un cuartito. De tanto en tanto, abrían la puerta, revolvían un rato, buscaban, movían bruscamente todo lo que allí dentro había y, de golpe, se cerraba de nuevo. Oscuridad total. A veces, en esos ratitos cuando había
luz de día, estiraba sus patitas flacas y trataba de adivinar el sol, trataba de adivinar el viento; la lluvia. Si ya había aire de verano o si todavía era invierno. Otras le era imposible asomarse porque le ponían encima toda suerte de objetos que pasaban por ella sin preguntar nada: lamparitas, pinzas, cables, latas, cajitas, tornillos, también cosas que nunca logro identificar. Y no es que tuviera algo en particular contra ellas sino que simplemente quería otra cosa. Se imaginaba con los juguetes más preciados, con los pocillos de café para las visitas, a upa de una pared para no tener que estirarse tanto. Un día después de tanto pensarlo, sonrió con ganas y decidió irse la próxima vez que abrieran la puerta. Y así fue, La Rosarina recorrió rutas de kilómetros dispuesta a dejar atrás sus días de encierro y empezar una nueva vida.


 

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